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Una sola noche

Comentario

Ayer, cuando terminé la clase colectiva con mis alumnos, les quise dar unas fotocopias de la vida de Schubert. Fui a conserjería para que me hicieran copias para todos, y ellos me esperaban fuera de la garita para que se las diera. Cuando la bedel (¿la bedel?, queda bastante mal, pero "bedela" debe ser incorrecto) terminó de hacer las copias, que eran bastantes, yo le dije que cuánto le debía (en principio, las copias para uso de las actividades del centro son gratuítas, pero las que son para uso personal las pagamos. Esto no tenía que ver con la clase, era un simple regalo para que leyeran algo). Ella me contestó que nada, que eran de uso didáctico. Y yo le dije que no, que eso era un regalo para ellos, que me lo cobrara. Y entonces me dijo: "Enrique, no quiero que te vayas de este centro. Me encanta la relación que tienes con tus alumnos, como te miran, como los tratas..." Yo me quedé muy sorprendido y no sé que tontería dije, pero me quedé pensando después en lo que me dijo.

Me alegró mucho ese comentario de sopetón, me subió la autoestima. Una de las cosas que pienso que es fundamental es respetar a los alumnos, cuidarlos como cuidarías a un cliente. La relación clientelar en la enseñanza tiene muy mala prensa, porque puede dar lugar a abusos, pero yo creo que es fundamental. Normalmente el profesor está por encima del alumno, por edad, formación, estado, madurez. Pero eso no le da derecho a tratar el alumno como un inferior (no me refiero a desprecio. Me refiero desde un punto de vista intelectual, de relación interpersonal). Por ejemplo, si un profesor llega cinco minutos tarde a clase no se considera que deba pedir perdón al alumno, el deber de este es esperar que venga el profesor en la puerta. Ese es el tipo de actitudes que me parecen increíbles. Si llegáramos tarde a una cita con un amigo, familiar o desconocido, lo primero que dicta la educación es pedir perdón. Y ya sé que en muchos casos, al alumno se la refanfinfla que tú llegues tarde, o incluso le gusta, porque así dará menos clase y me aguantará menos, pero eso no es excusa (aunque ciertamente desanime). Es una cuestión de principios, y no hay que hacer excepciones con los alumnos. Si llego tarde, pido perdón, a quién sea. Y a la larga, ese trato lo agradece el alumno, porque se ve respetado.

A mí me gusta dar clase, soy más yo con los niños. Con los mayores me cuesta más relacionarme, tengo que ponerme caretas y entrar en su rollo. Los niños notan las caretas a la legua, y los adolescentes directamente te escupen sobre ellas.

Gracias, Araceli.

Bona nit.

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